La parábola dice que el reino de los cielos será
semejante a diez vírgenes que con lámparas salieron a recibir al esposo. Se compara el Reino de los Cielos a
una actividad: salir a recibir al
Esposo. El énfasis del mensaje está en
cómo hacerlo.
Todo el grupo salió a recibir al esposo. Todas
tomaron sus lámparas. Y todas las lámparas fueron encendidas.
Jesús señala aquí, que son diez. Luego dividió
al grupo; comienza a hablar de individuos, porque quiere destacar que la cosa
en cuestión es de decisión personal.
En todos los aspectos de esta vida diferentes
personas resuelven un mismo asunto de maneras distintas. Eso es normal, así
sucede. Una misma situación siempre se enfrenta de diversas maneras. La
prudencia no es algo general, ni tampoco lo es la insensatez. El grupo de las
diez no recibió un solo resultado común, porque cada una obtuvo conforme a su
actitud personal, conforme a su propia manera de vivir. Quizá debido a eso Jesús advierte: Algunos no
harán las cosas de la manera correcta. Y sufrirán pérdida.
Sorprende,
viniendo de parte de Jesús, que él separe el grupo en dos, aunque realmente no
es él quien genera la división, sino las propias vírgenes, con sus actitudes.
Cinco entraron luego con el esposo, cinco no. Esta consideración asusta un poco
y nuestro corazón se cubre rápidamente diciendo que se trata de una
ilustración. Pero, lo sea o no, es bueno preguntarnos: “¿En cuál grupo me
encuentro yo?”
Si las diez vírgenes representan a todos los redimidos, a toda la iglesia,
¿puede ser que Jesús esté advirtiendo con esta parábola que tanto como la mitad
pueden perder la entrada? ¿Será posible que tantos no lleguen a participar de
la boda, a pesar de que salieron de sus casas con el exclusivo propósito de
recibir al Esposo y entrar con él ?
Diez vírgenes fueron
diez decisiones. Coincidió en la historia que cinco y cinco pensaron igual,
pero Jesús nos está diciendo: "Hablo de Tí".
últimamente el Espíritu
Santo está mencionando esta parábola en muchos mensajes de diferentes
predicadores, y en los más variados énfasis. ¿Por qué? Porque el tema es para
considerarlo seriamente. Cinco vírgenes eran prudentes y cinco actuaron
insensatamente. ¿De cuáles soy yo?
Me
dí cuenta que para poder responder, antes necesitaba entender el significado de
las palabras “prudencia” e “insensatez”, porque, es
curioso, pero normalmente decimos que “imprudente” es lo opuesto a
“prudente”. Utilizamos las palabras “prudente/imprudente” en relación a
“cauteloso” o a “uno que tiene cuidado”, pero no pensamos que sea “insensato”
quien no es “prudente”. Mas Jesús
utiliza aquí ese sentido. Busqué aclarar estos conceptos antes de seguir, para
no malinterpretar todo el asunto.
Hallé
lo que cualquier diccionario explica: “Prudencia es discernimiento entre lo
bueno y lo malo, para seguirlo o huir de ello”. En otras palabras, es la capacidad de
distinguir, de diferenciar entre lo bueno y lo malo,... ¡para actuar! La
prudencia no es solamente discernir, no es solamente darse cuenta, sino que
incluye una acción que sigue a ese darse cuenta. ¡Actuar de acuerdo con lo
discernido! Prudencia es ver y obrar.
Por
eso Jesús llamó “prudente” -en Su otra ilustración acerca del Reino de Dios- al que edificó su casa sobre la roca y no
sobre la arena. Vio arena y no edificó, y vio roca y sí edificó. Discernió lo
correcto e hizo de acuerdo a ello.
¿Y
un “insensato”? Es uno que no posee la sensatez; que habla u obra sin ella. Uno
que no razona, que no juzga, que no compara sana o correctamente. Y que luego,
por supuesto no obra de acuerdo al buen juicio. En la misma historia mencionada
de Mateo 7, Jesús dice: "Cualquiera que me
oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre
insensato...” Estos son los significados
de “prudente” e “insensato”.
Ahora
estaba mejor equipado para escudriñar en qué consistía la insensatez o la
prudencia de las vírgenes.
Todas
esperaban al Esposo. Conocían y creían aquella palabra de que el Esposo
volvería, y cuando escucharon el clamor, salieron inmediatamente a recibirle.
Le deseaban. Habían estado esperando este momento. Todo parece estar bien. ¡Diez vírgenes enamoradas del Esposo salen a
recibirle! Sin embargo, había diferencias entre ellas. Diferencias que a simple
vista no se veían, pero estaban en ellas, y quedarían descubiertas con los
acontecimientos que venían. ¿Habrá algo de ellas que también se encuentre en mí?
Aquél
clamor se oyó cuando ya empezaba a oscurecer, así que todas tomaron lámparas
en sus manos; cada vírgen tenía la suya, y sería lógico pensar que todas las
llenaron bien de aceite antes de salir. ¿Mas en qué consistió el
discernimiento de las prudentes, que quisieron llevar una vasija con aceite
adicional en la otra mano? ¿Y cuál fue la ceguera de las insensatas, que no
hicieron lo mismo?
Parecería
haber varias razones, pero una está relacionada con nuestra actitud hacia la
lámpara misma. Tener la lámpara llena de aceite, bien
encendida y emitiendo una luz fuerte es lo que cada uno de nosotros desea, ama
y disfruta. Con todo, hay una realidad que no debemos olvidar: ¡No hemos
sido redimidos solamente para tener nuestro ser lleno de aceite y arder
y tener luz! Por más hermoso que esto sea, por más deseable, por más que nos
bendiga tanto a nosotros y a otros, el propósito final de Dios no es que
terminemos siendo vírgenes con lámparas. Está en Sus planes que tengamos la
lámpara funcionando, pero la lámpara no es lo que él quiere para nosotros como
fin. No.
Del
Antiguo Testamento aprendemos que si este fuese el propósito final de Dios, el
candelero de oro (la lámpara de ese
lugar) dentro del tabernáculo de Moisés habría sido la pieza más importante del
mobiliario. Pero no lo fue. Su existencia era necesaria, lleno de aceite,
encendido y ardiendo contínuamente, nunca debía apagarse; su luz era
necesaria, pero a pesar de ello, no era el mueble más importante. ¿Cómo
entonces? Tanto luchar en Dios y rogarle y pedirle ser llenos y arder y tener
luz, ¿para que me digan que eso no es “lo máximo”? Pues, es muy alto, e imprescindible para la vida misma; pero no, no
es la meta.
Por
aquí está el peligro que la iglesia debe considerar en su peregrinar y que
originó la mala decisión de las vírgenes insensatas. Ellas pensaron: “Nuestras lámparas están llenas y encendidas; arden y su
luz está alumbrando. ¡Ya puedo afrontar cualquier cosa que el Señor me pida! No
hay más lugar vacío en mí; todo lo llenó él. Esto que está en mí es Dios mismo;
es Su Espíritu mismo dentro de mí. Es eterno, ¡nunca se acabará! Lo que Dios
llenó no se vaciará.”
No
juzgaron sensatamente. Es la misma manera de pensar de aquél rico que se
dijo: “Alma, muchos bienes tienes
guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate.”
Las
vírgenes insensatas creyeron que ya lo tenían todo para acceder al lugar de las
bodas. Y realmente... casi lo tenían. Fascinadas por la belleza del don, de lo
que él había puesto en ellas, no se dieron cuenta de que habían bajado la
mirada del Dador.
Ceder
el más alto lugar a lo que poseemos hoy porque arde en nosotros con fuego y
luz, es muy riesgoso; nos hace perder de
vista lo que realmente es primero. Es un peligro muy sutil, adorar lo que hemos
recibido de Dios en vez de a Dios que nos lo dio. Enaltecer la lámpara que
tenemos por lo bien que funciona, nos desubica. Es cierto que la gloria del
fuego y su calor nos asombran y nos llenan de felicidad. Nos sentimos adoptados
por él y guardados por Su Mano, pero enaltecer la lámpara nos hace caer en un
desvío, en una trampa. Dios no es quien pone las trampas en el camino, mas el enemigo de nuestras almas sabe de nuestras
codicias y egoísmos y concupiscencias y nos prepara los caminos laterales. Si
no nos cuidamos ¡de nosotros mismos! podemos caer en la trampa y no llegar al
final.
El
valor que merece la lámpara encendida en nosotros tampoco debe ser
menospreciado, porque es genuino, porque es algo que Dios mismo da, es parte de
Sí mismo, es Su Espíritu, es Su gloria, y es indispensable para poder recibir
al Señor que viene; sin embargo, a pesar de su gran importancia, es solamente
el utensilio santo. Es el que nos permitirá ver el camino, porque he aquí que
estamos saliendo a recibir al Esposo, y cada vez se está haciendo más de noche.
Las
vírgenes insensatas creyeron que estaban completas. Parecía que estaban
completas, pero olvidaron que un fuego que arde y produce luz va consumiendo el
aceite existente... hasta terminarlo. Y no previeron una posible demora del que
venía. (¿O sería presunción en ellas, que decía: “¡No hay problema, con lo que
tengo me alcanza y sobra!”).
Bunyan
relata en su libro “El Peregrino” una situación: El Intérprete lleva a
Cristiano hasta un lugar donde había un fuego ardiendo al costado de una pared.
Había un hombre echando agua sobre el fuego, pero éste ardía cada vez más
brillante y más ardiente. Cristiano dijo entonces: —¿Qué significa esto?. El Intérprete le contestó: —El fuego es la
obra de gracia en el corazón humano. El que echa agua para apagarlo es el
diablo. Pero, como ves, el fuego arde más brillante y más ardiente. Te mostraré
el motivo. El Intérprete lo llevó detrás del muro. Allí vio a otro hombre
con un cántaro de aceite en su mano, vertiéndolo contínuamente debajo del
fuego.
—¿Qué
significa esto?, preguntó Cristiano. El intérprete respondió: —éste es
Cristo. Usa el aceite de Su gracia para mantener la obra yacomenzada en
el corazón de Su pueblo. Los que pertenecen a Cristo son hijos de la gracia, y
el poder del diablo, aunque grande, no puede apagar el trabajo de gracia
empezado en sus corazones.
Me
preguntaba anteriormente en qué consistiría la diferencia entre ambos grupos de
vírgenes, pues querría saber en cual lado estoy. Y observé que no fue que las
vírgenes insensatas no tuvieran luz, porque sí la tuvieron. Pero ellas
no tuvieron luz en el momento en que fue necesario tenerla. De nada les
sirvió haber tenido sus lámparas llenas de aceite días atrás, o aun esa mañana.
Tuvieron gran alegría durante aquél tiempo, pero cuando el Esposo llegó, a sus
lámparas se les había terminado el aceite; estaban vacías. Dicho de otra
manera, de nada sirve andar lleno hoy, si cuando él venga me halla vacío.
La
razón principal por la cual las insensatas no tomaron
vasija adicional en su mano libre, posiblemente fuese porque su alegría se
limitaba a tener y ver como ardía su propia lámpara, y no les interesaba
entender por qué debía arder. Su mayor regocijo estaba en el hecho glorioso de
tenerla ardiendo. Como si dispararan bengalas hacia la noche para ver la
maravillosa figura de chispas multicolores que embellecen el cielo, y luego,
cada vez que aquellas se extinguían corrían a comprar otra, sólo para ver el
bello espectáculo otra vez.
La
insensatez de aquellas vírgenes nació al posar la mirada sobre el objeto
equivocado. Poniendo los ojos sobre la belleza de sus lámparas, que por
supuesto se veían más honorables y hermosas cuando ardían, iban vez tras vez a
los que vendían, pero compraban solamente la cantidad necesaria para tenerlas
llenas. Cuando les parecía que precisaban aceite, cuando les parecía que estaban
precisando luz, irían a los vendedores con sus lámparas y les dirían: —Llénemela.
—Ah,
¡estoy llena otra vez! Volveré tranquila ahora a continuar esperando al Esposo. Los buscadores de “ser llenados” vez tras
vez, son los que miran hacia sí mismos,
(¿será como “buscando lo suyo propio y no lo que es de Cristo Jesús”?)
y cuando ven todo glorioso a la luz del aceite divino que arde en sus
corazones, ponen su confianza en sus propias capacidades y en las que se adquieren cuando arde el Espíritu. Ciertamente
hasta cierto punto han consagrado sus vidas, pues sin la mecha no habría fuego
sobre ellos, pero tienen la mirada puesta en lo equivocado. Embelazados de lo
que Dios les ha provisto, pierden de vista el propósito principal.
Las
vírgenes insensatas fueron llenas de esa gracia que Intérprete le mostró al
Peregrino, pero la diferencia con las prudentes consistió en que por alguna
razón —no explicada en el texto— se separaron de la provisión.
Tampoco
sabemos qué movió a las prudentes a tomar la vasija con la provisión, pero
estas ciertamente sí recordaban que el aceite es algo que se consume. Y no
querían correr el riesgo de que se les terminara justo cuando más hiciera
falta. Tomar otra vasija con aceite era la manera de mantenerse conectadas contínuamente
con la provisión. Nuevamente el candelero del Tabernáculo de Moisés nos enseña
el secreto de su permanente luz: estaba conectado por tubos al depósito
principal. Debía arder contínuamente, y no se correrían riesgos de que se
apagara. Dios exigía que las lámparas ardieran sin cesar para lo cual el
sacerdote se ocupaba todas las mañanas y todas las tardes de mantener lleno de
aceite lo que se iba consumiendo del depósito escondido.
Hay
peligro de insensatez cuando pensamos: —¡Ya lo tengo! ¡Lo logré!, porque
no estamos vien do el depósito detrás y encima
nuestro. Es cierto que se nos escapa cuando somos llenados por primera
vez, pero seguir pensando así por mucho tiempo es un error. Porque lo que
tenemos es de Jesús. Lo tenemos porque él nos lo dio. Es de él; para nosotros,
pero de él. Justamente por eso, él solamente es quien lo puede mantener. Nada
podemos hacer para obtenerlo, porque es por gracia, y la gracia es eso: Gracia.
Menos podemos hacer para mantenerlo. Una uva, por más gorda y jugosa que se
vea, no debe pensar que no precisa más de la vid, pues el jugo que hay en ella
(y su misma existencia) es producto de la vid. Despréndase la uva y muy pronto
el sol que no le podía hacer nada mientras colgaba en el sarmiento, la
marchitará apenas la encuentre separada de su fuente.
Las
vírgenes insensatas no discernieron la necesidad de una contínua dependencia de
la provisión de aceite; cuando lo tenían quedaban como ciegas, como encantadas
por lo que tenían, y adoraban eso. En cambio las prudentes apartaron de sí
mismas cualquier sentir de autosuficiencia y pusieron su dependencia en Aquél
quien alimentaba su fuego y que permitía su luz. No consideraron su fuerza,
sino que tuvieron temor. No se apoyaron en la capacidad de sus lámparas ni en
la fuerza con que iluminaba el fuego sobre el aceite y la mecha; no se
consideraron ya “espiritualmente” independientes y preparadas, sino que se
extendieron hacia la contínua dependencia de una
Vasija Mayor.
Son
dos formas de vivir: La de ser llenado, vivirlo hasta que se consume y luego ir
otra vez “a los que venden” para ser llenado otra vez, o la otra, gastar un
poco más, pero poseer una vasija que permita estar lleno contínuamente. Son dos
distintas maneras de vivir la vida de Dios en nosotros.
Mirar
lo correcto, discernir con prudencia, es
entender que la lámpara ardiendo es indispensable para estar en luz cuando el
Señor venga, sabiendo que sin ella no podremos recibirle, y la acción que sigue
a ese buen discernimiento es protegernos contra cualquier riesgo de que se nos
apague. Está aquél que buscará ser llenado y brillar, lo deseará y lo
disfrutará, pero sus ojos siempre estarán en Jesús, sabiendo que si el Señor no
está, de nada sirve todo esto. Y está aquél cuyo afán es ser lleno, y lo será,
y disfrutará seguramente del verdadero arder del Espíritu, pero su satisfacción
se queda en el hecho de andar lleno y brillar frente a los demás (y obviamente
bendiciéndolos). Sus ojos están sobre sí mismo, amándose a sí mismo en ese
vestido de gloria de Dios. Al que ama ser lleno y arder y alumbrar y tan sólo
eso, aunque esté "cumpliendo la Gran Comisión", su propio corazón le ha
engañado sutilmente. No ama a Jesús por lo que Jesús es, sino por los
beneficios que de Jesús recibe.
Jesús
nos ama y por eso incluyó esta parábola en las Escrituras. Hay trampas en el
camino, y ésta es una bastante encubierta, porque como uno está tan lleno del
gozo por la gloria de Dios, no presta atención a la suave vocecita del Espíritu
diciendo: “¡Cuidado! La cosa no termina aquí.”
En
esta parábola Jesús está diciendo que debemos estar preparados. Es
absolutamente necesario poseer esa gloria cuando él venga, pues es necesaria
para entrar a las bodas; el Esposo
reconocerá a los que están en luz en el momento de Su Venida. Pero también dice
que no seamos insensatos, confiando que tenemos suficiente, por mucho que sea.
Que seamos prudentes, no sintiéndonos autosuficientes por la gloria que está
sobre nosotros, sino que nos mantengamos cerca de la provisión. Que no nos separemos de Cristo, nuestra
provisión contínua, pues sin él, nada podemos hacer.
¿Puedo
saber a cuál grupo de vírgenes pertenezco? Hay una manera de saberlo. Si voy
corriendo a la fuente para ser llenado y pasado un tiempo me apago, y voy otra
vez y me vuelvo a apagar, y voy otra vez y me vuelvo a apagar, mi fuente está
en los que venden.Y como estoy lejos de la provisión, demoro en reencender
cuando se me termina el aceite. Pero si la Vasija está al alcance
de mi mano, si estoy cercano a ella, si estoy junto a ella como el candelero
del tabernáculo,si estoy como unido por tubos de provisión contínua desde la
fuente, nunca se acabará el aceite de mi lámpara. Son dos actitudes cristianas
diferentes, dos diferentes formas de vivir. El diccionario lo dice: Prudencia es
discernimiento entre lo bueno y lo malo, para seguirlo o huir de ello.
Si las diez vírgenes representan a
todos los redimidos, a toda la iglesia, ¿puede ser que Jesús esté advirtiendo
con esta parábola que tanto como la mitad no tienen los ojos puestos en él?
La insensatez de cinco
vírgenes fue que creyeron que lo que
habían recibido era todo. Fueron convencidas de que el Cristo ya no les era más
necesario.